¿Paremos los asesinatos? Parte por el hombre en el espejo. Por Ricardo Escobar
¿Se puede justificar que empleados públicos, parlamentarios, alcaldes, jueces y fiscales, no se hagan test de drogas? Porque si las consumen no solo tienen el riesgo de estar cooptados por narcos, sino que derechamente con su consumo son parte de la red de financiamiento de esos criminales.
En uno de sus mayores éxitos musicales Michael Jackson nos decía hace 30 años que “si quieres hacer del mundo un lugar mejor, parte con el hombre en el espejo”. Una manera elegante de decir que lo que primero que tenemos que hacer es mirar nuestro propio comportamiento y ver si estamos ayudando en algo a mejorar las cosas. Porque si todos esperamos que “los demás” cambien y que “alguien haga algo”, pero no nos hacemos responsables de las consecuencias de nuestras propias acciones y omisiones, no esperemos milagros, el mundo seguirá igual.
Traigo esto a colación luego que en agosto se acumularan decenas de homicidios vinculados al narcotráfico, cosa que tiene a todo el mundo indignado y exigiendo acción del gobierno, de la policía, del congreso, de los tribunales. La frase del momento es “ya basta, se acabó, hagan algo”.
Desde luego se puede coordinar mejor el trabajo del ministerio público, la PDI y carabineros; por cierto, pueden construirse o ampliarse más cárceles; puede inventarse otro ministerio, y también a los jueces de garantía puede ocurrírseles que un sujeto sorprendido con una pistola 9mm y droga, puede ser un peligro para la sociedad y dejarlo preso mientras se lo juzga.
Pero nada de eso va a la causa del problema, son acciones útiles de mitigación (si se ejecutan bien, lo cual está por verse), pero difícilmente van a parar el crimen organizado en torno al comercio de drogas.
Nadie está enfocado en la verdadera causa, que es tan simple como la economía de cualquier mercado, oferta y demanda. Los narcos existen porque hay demanda de drogas, así de fácil. Hay gente dispuesta a pagar $100 por sustancias cuya producción cuesta $5. Hay margen de sobra para que criminales de todos los colores y nacionalidades se organicen y traten de agarrar un pedazo de la torta. Con ese dinero se pueden financiar soldados, comprar armas robadas o hechizas, pagar municiones de contrabando de Argentina, sobornar jueces, contratar defensa legal, etc.
Años atrás se fumaba en oficinas, en restoranes, en buses y aviones, en las aulas de colegios y universidades. En algún momento, sin embargo, esta costumbre socialmente aceptada o tolerada empezó a cambiar. Cuando se hizo público el daño a la salud no solo del fumador sino de quienes compartían con él, gradualmente la actitud social cambió. El daño del vicio privado, el placer del cigarrillo luego del almuerzo, del café o del sexo como mostraban las películas, dejó de ser un asunto de ese individuo solamente ya que su placer estaba dañando a otros.
Vinieron cambios regulatorios, desde luego, y fumar en un avión pasó a ser un delito. Pero más allá de la heteronomía hubo un cambio social. Hoy en una fiesta privada de cumpleaños nadie fuma en el living, incluso en invierno los fumadores salen a la terraza o al jardín a fumar. Si alguien fuma cerca de unos niños en un parque, los que están cerca miran con reproche al fumador y este se cambia de ubicación o apaga el cigarro.
Curiosamente, con los consumidores de droga esto no ocurre. Es frecuente ver amigos que sacan un papelillo y fuman con tranquilidad marihuana en el patio de la casa. Las universidades desde siempre tienen los “aeródromos” donde estudiantes y hasta a veces profesores se juntan a volarse. Jóvenes ejecutivos sometidos a mucho estrés van de juerga y luego de “unas líneas” en el baño de la disco siguen hasta las 5 de la mañana y al día siguiente van a la mesa de dinero con la energía de un león. Parejas llevan el placer sexual a otra dimensión luego de fumar juntos un par de pitos.
Todo esto lo vemos y toleramos sin reclamar, porque al final es cosa de cada uno lo que hace con su vida. Si se quieren drogar, que se droguen, es la libertad individual, no hacen daño a nadie, es una “actividad recreacional”. ¿Es así?
Veamos. Salvo el caso particular y poco frecuente del agricultor aficionado que solo consume la marihuana del cáñamo plantado en su jardín, todos los demás compran droga. Y esta no se vende en farmacias ni supermercados. La venden las redes de narcos. Es decir, cada compra de uno de estos amigos buenos para volarse lo que se hace es financiar la cadena del crimen. Cada línea de coca, cada paquetito de marihuana paga por las balas que matan niños en la Pintana. Cada drogadicto con su placer privado ayuda a financiar las balas y pistolas que asesinan diariamente en todo Chile, cada compra hace más fuertes a las pandillas que luego atacan a carabineros y amenazan a jueces y fiscales.
Entonces la pregunta es ¿cuándo vamos a ponernos firmes con los que originan todo el problema? ¿Nos quedamos en el cumpleaños en que unos amigos sacan unos pitos o nos vamos a parar y nos vamos? ¿Nos vamos a quedar callados respecto del compañero de trabajo que consume cocaína?
¿Se puede justificar que empleados públicos, parlamentarios, alcaldes, jueces y fiscales, no se hagan test de drogas? Porque si las consumen no solo tienen el riesgo de estar cooptados por narcos, sino que derechamente con su consumo son parte de la red de financiamiento de esos criminales.
Desde luego el problema requiere en primer lugar un cambio en la actitud de los que consumen drogas, tienen que tomar conciencia de que son la raíz del crimen que azota nuestro país.
Pero no es solo de ellos la responsabilidad, los demás tenemos que ser claros también. El problema no es una ley que exija poner fotos de niños asesinados en los paquetes de marihuana que se venden en Chile. Si queremos de verdad parar el crimen vinculado a los narcos, partamos por nosotros mismos, ayudemos a parar el consumo de drogas ahora. Start with the man in the mirror. Take a look yourself and make that change!
Los invitamos a leer la columna en el siguiente link.