Muertes, 132 más 1 ¿Vamos a cambiar algo o seguiremos igual? Por Ricardo Escobar
El fuego en Viña del Mar, el helicóptero hundido en el Lago Ranco, hicieron ver a nuestro actual presidente que en La Moneda no es cosa de querer para que ocurran los cambios, que la violencia que aplaudió en el Congreso es un boomerang que golpea fuerte y que no se puede controlar con lindos discursos, sino con decisión y fuerza, porque los derechos de los terroristas y delincuentes no incluyen la libertad de asar a sus compatriotas.
Hace una semana 132 compatriotas murieron de la forma más horrible en los cerros de Viña del Mar. Miles más perdieron casas, autos, recuerdos, y en unas horas pasaron a quedar “con lo puesto” y a buscar con angustia dónde pasar la siguiente noche y muchas más que vendrán a continuación.
¿Por qué ocurrió esto? La causa inmediata, hasta donde se sabe, fueron delincuentes, ahora asesinos, que una vez más manifestaron su posición política destruyendo con fuego el trabajo, propiedad y vida de otros. Pero fue más que eso.
La causa también está en un país que permite que se construya en lugares no aptos, que acepta que tomas ilegales ocurran, que luego subsidia la construcción a medias de calles, pero no de redes de agua potable ni de redes para combatir incendios. En un Estado que deja hacer calles sin planificación vial que permitan evacuación y que -a pesar de los oportunos informes sobre la necesidad de cortafuegos- no los hizo, porque sin duda había presupuesto para cursos de lenguaje inclusivo, pero no para cortar y retirar malezas y arbustos al lado de centros urbanos en zonas rojas de los cerros porteños. En un sistema público de emergencias que no es capaz de organizar la evacuación oportuna, y que dejó a decenas de hombres, mujeres y niños asándose vivos.
Mil kilómetros más al sur murió otra persona, sólo una, que al igual que en el caso los 132 viñamarinos, tuvo al país conectado a su trágica muerte, pero además, tratándose del Presidente Piñera, lo tuvo conectado a su trayectoria política y especialmente a su gestión como senador, como articulador de acuerdos, y como presidente.
El contraste con la realidad actual es tan grande, que repentinamente las típicas críticas a su figura se desvanecieron. De pronto sus ternos oscuros y sus corbatas nos recordaron la dignidad que tiene el cargo de Presidente de la República. Volvimos a ver que ese título se ejerce, no se habita, y que su opaco y metódico actuar ya no era objeto del insultante calificativo de “tecnócrata”, sino que se rescataba el valor de enfocarse en usar bien los recursos públicos para que la gente pueda recibir los servicios del Estado, del mejor modo posible y al menor costo posible.
La muerte convirtió la crítica de amarillo o traidor, con que muchos en la derecha lo trataban, en articulador de los partidos que les permitió dos veces llegar a la Moneda y mostrar que existe una derecha democrática que podía hacer progresar a Chile, como antes lo hizo la socialdemocracia de Lagos, Aylwin o Frei.
Así, en una semana los chilenos nos chocamos con la trágica muerte que nos vino con crueles bofetadas a despertar, a remecernos, a darnos cuenta de lo que hacemos mal y a valorizar, redescubrir, lo que hemos hecho bien. El fuego en Viña del Mar, el helicóptero hundido en el Lago Ranco, hicieron ver a nuestro presidente actual que en La Moneda no es cosa de querer para que ocurran los cambios, que la violencia que aplaudió en el Congreso es un boomerang que golpea fuerte y que no se puede controlar con lindos discursos, sino con decisión y fuerza, porque los derechos de los terroristas y delincuentes no incluyen la libertad de asar a sus compatriotas.
Con la lamentable pero esperable excepción del Partido Comunista y uno que otro admirador de dictadores como Maduro, de izquierda a derecha todos los liderazgos alzaron su voz condenando lo ocurrido en Viña, todos alabaron las virtudes del hasta ahora menospreciado Presidente Piñera.
En dos semanas más, una vez transcurrido el Festival de Viña y las polémicas que sin duda habrá al respecto, acabadas las vacaciones, cuando el Congreso reinicie sus sesiones, cuando el Presidente de la Corte Suprema haga su discurso anual, cuando todos los ministros estén de vuelta con el Presidente de la República en Santiago ¿Qué va a ocurrir?
Hagamos una apuesta, cuál cree usted que será la respuesta a estas preguntas, por plantear algunas:
¿Va a cambiar la edad de jubilación de hombres y mujeres a 67 años para que haya alguna coherencia entre lo que se cotiza y que haya una mejor jubilación o la vamos a dejar donde está, asegurando así que millones de mujeres especialmente tengan una vejez con una pensión miserable?
¿Se va a permitir que las madres de los sectores más pobres puedan tener un subsidio estatal rápido y efectivo para salas cunas y jardines infantiles ahora ya, o vamos a seguir esperando que eso ocurra en una o dos décadas más, sólo cuando el Estado pueda proporcionar esos jardines y salas cunas con los correspondientes empleados públicos debidamente sindicalizados en la ANEF?
¿Carabineros y la PDI podrán contar con equipamiento en cantidad y capacidad suficiente para doblegar y terminar con terroristas y narcotraficantes, o seguirán yendo a operativos en la Araucanía y poblaciones con escopetas y pistolas, para recibir de vuelta ataques con armamento y munición de guerra?
¿Se evaluará a los profesores de los colegios públicos para que se despida a aquellos que no son capaces de enseñar a leer a los 30 niños de su curso para que así no vuelvan a hacer el mismo daño a otros 30 niños el año próximo, o los vamos a dejar ocultos en la masa indefinida de profesores que quiere el Colegio de Profesores, defendiendo los derechos de los maestros a costa de la pobreza de por vida de generaciones de niños?
¿Se va a evaluar a los funcionarios públicos premiando a los que cumplen y castigando a los que usan licencias médicas truchas, a los que en días de trabajo remoto ni siquiera llevan el notebook a la casa?
Con nuestros votos podemos elegir las respuestas. Los políticos obedecen bien cuando la gente tiene claro lo que quiere. No dejemos que tantas muertes pasen en vano. En marzo 2024 todos podemos empezar un nuevo Chile, o no. De usted depende.
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