La lección del viejo a sus hijos. Por Ricardo Escobar

¿Quiénes son mis hermanos hoy? ¿Con quién quiero atarme y de quién quiero soltarme? ¿Quiero seguir atado, siendo una varilla débil en ato dirigido por incompetentes, amantes de Cuba o Corea del Norte, de gastar plata en universitarios en vez de salas cunas?
En el siglo XVII Jean de la Fontaine escribió decenas de fábulas preciosas. Cuentos brevísimos que tienen la virtud de transmitir sabiduría que es válida para todos, en cualquier lugar y en toda época.
En el Convento de San Vicente en Lisboa hay una exposición de azulejos que retratan más de treinta de esas fábulas. Una de ellas me pareció apropiada para este momento en la política de Chile.
Un anciano estaba en su lecho de muerte rodeado por sus hijos cuando les pidió que se acercaran. Les pasó un ato de varillas y ramas que estaban atadas por unos cordeles y les pidió que trataran de quebrarlo sin desatarlo. Todos trataron, pero no pudieron. Quedaron con las rodillas con moretones tratando con golpes y fuerza, pero no hubo caso. El viejo desató entonces las ramas y varillas y una a una las quebró. La moraleja es evidente, que los hermanos se mantengan unidos, allí está su fuerza.
Yo vengo de una familia política extendida, la familia de quienes 40 años atrás nos oponíamos a la dictadura de Pinochet. Allí había parientes lejanos y otros con los que éramos hermanos. Estos éramos quienes creíamos en la democracia occidental no como una oportunidad para tomar el poder y transitar a una dictadura propia.
Pensábamos, también, que llegar al poder tenía un deber moral ineludible, servir a las personas, ayudar a salir de la pobreza a millones de postergados, dar tranquilidad en la vejez a millones de jubilados, permitir acceder a la salud a quienes no tenían recursos. Sabíamos, además, que nada de eso era posible sin recursos, por lo que teníamos claro que debíamos crear condiciones para que la economía creciera, que hubiera empleo, que hubiera más empresas a las que les fuera bien, para que contribuyeran con más impuestos.
Con estos hermanos compartíamos otra claridad, muy evidente, por cierto, que no había soluciones fáciles ni cortas y que no podíamos hacer todo nosotros solos. Que era necesario sumar a otras familias que podían ser distintas en ciertas cosas, pero con las que teníamos que buscar puntos de acuerdo, espacios de intersección de intereses y valores, y avanzar paso a paso en nuestros objetivos. Porque eso es la democracia. Teníamos claro el dolor y los horrores que se viven cuando se pierde el respeto por ella y se trata de imponer la voluntad, sin transar.
Esa familia fue la Concertación. La cual con papel y lápiz derrotó a Pinochet. Sin balas, sin muertos, sin quemar edificios, sin saquear. Con creatividad, con trabajo serio, con liderazgos competentes, y con la alegría que ya vendría. Y vino.
Han pasado cuatro décadas y la realidad es otra. La mayor parte de quienes eran mis hermanos se juntaron en los últimos años con primos lejanos de aquella época pretérita. Cierto, las circunstancias han cambiado. Perdimos el poder el 2010. Lo perdimos en democracia, la mayoría del país quería otras cosas que las representaba mejor otra familia. Una que tiene gente que está más o menos cerca de nosotros y también unos primos lejanos que, igualmente fanáticos que los nuestros, añoran su dictadura.
Del 2010 a hoy los hermanos en las dos grandes familias se separaron.
En la nuestra, quedamos botados quienes seguíamos preocupados por la pobreza, por la responsabilidad en el uso de los recursos fiscales, por el respeto a la política y democracia sin violencia. Vimos cómo nuestros hermanos partieron a pactar con quienes no tenían asco con la violencia, con los déficits fiscales y el populismo, con los que les importa un rábano que los niños aprendan a leer y calcular, pero sí que puedan cambiar de sexo a cualquier edad, a unque aún no sepan si quieren palta o mantequilla en el pan que llevan al colegio.
Al otro lado, después de 20 años en la oposición y habiendo experimentado lo que significa gobernar, se separaron los hermanos que aprecian la democracia y entienden que la sociedad es diversa y que puede haber de todo en ella, y que lo que hay que hacer es buscar acuerdos y mayorías, de los que quieren una sociedad con gente solo como ellos. A la punta del cerro la democracia si no hay orden como a mi gusta.
A la basura los acuerdos si yo, que creo que el divorcio es pecado o que el sufrimiento de mi padre en una larga agonía lo enaltece y asegura su pase a una mejor vida, no puedo aceptar que otros sí reinicien su amor con otras parejas o adelanten su muerte en este mundo con cariño, sin sufrimiento y miseria.
En cuatro semanas viene una elección, en la que los cuatro años que siguen pueden ser una oportunidad para volver a trabajar por la educación y alimentación de los niños pobres, por los enfermos, por los ancianos que sufren en soledad, por los que no tienen casa. Trabajar para que no crezca la deuda del Estado, para que los empleados flojos y sinvergüenzas, no sean premiados por lo que hacen los otros, los responsables y trabajadores.
Sí, y también la oportunidad de trabajar por la seguridad en las calles, por las plazas limpias y seguras, por los ríos no contaminados y para que los pudúes y huemules puedan vivir en sus bosques sin ser comidos por perros abandonados. Por una casa o una micro donde si me defiendo o me defienden contra un delincuente, no sea yo o el que me defendió el que vaya a la cárcel o tenga que pasar años en juicio.
Y por qué no, para que emprender sea posible y no un castigo. Que las leyes se cumplan en forma ágil y efectiva, no caprichosa, arbitraria y negligentemente.
Viene entonces la pregunta que todos debemos hacernos, pero que especialmente que yo hago a mis hermanos. ¿Quiénes son mis hermanos hoy? ¿Con quién quiero atarme y de quién quiero soltarme? ¿Quiero seguir atado, siendo una varilla débil en ato dirigido por incompetentes, amantes de Cuba o Corea del Norte, de gastar plata en universitarios en vez de salas cunas?
La otra familia debiera preguntarse lo mismo. ¿Quiénes deben ser mis hermanos para los próximos veinte años? ¿Con quienes podemos de verdad lograr los acuerdos, tener la disciplina, el coraje y la paciencia para sortear un camino difícil y largo?
¿Con quienes puedo compartir un sueño alegre, sin rencor, y en equipo trabajar por él?
En política usted elige sus hermanos. Aprovéchela.
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