Corrimiento al rojo. Por Ricardo Escobar

Bastó que la derecha luego de veinte años ganara una elección el 2009 para que todo cambiara. Ahí empezaron a caerse algunas máscaras. Para varios compañeros de ruta ya no era importante lograr un acuerdo político que resolviera razonablemente un problema de los chilenos, lo importante pasó a ser que no lo lograra la derecha. Ni sal ni agua para los herederos de Pinochet.
En astronomía se llama “corrimiento al rojo” al fenómeno que ocurre cuando un objeto emisor de luz (una estrella, por ejemplo) se va alejando del observador de esa luz y la velocidad con la que se aleja hace que la longitud de la onda se haga más larga, lo que la acerca al espectro del rojo.
Esto es como el efecto de una sirena de tren, que se escucha más aguda cuando el tren se viene acercando a nosotros, porque la velocidad del tren acorta la distancia normal de la onda que recibirían nuestros oídos, y que cuando se aleja se escucha más grave, porque la velocidad del tren aleja la distancia entre cada onda de sonido emitida con la que la sigue.
El corrimiento al rojo es un concepto clave para medir y comprobar la expansión del universo y la distancia de todo tipo de cuerpos celestes con respecto a nosotros, los observadores terrícolas.
Al ver la derrota de Carolina Tohá a manos de la candidata comunista Jeannette Jara el domingo pasado, y las apresuradas muestras de apoyo a esta última de representantes del PPD y del PS, no pude dejar de pensar en el fenómeno del corrimiento al rojo que ha estado ocurriendo en Chile hace más de diez años. Nos vamos alejando y cada vez con más velocidad quienes alguna vez estuvimos juntos, veo su luz enrojecerse con la distancia.
En los ’80 estábamos juntos trabajando para recuperar la democracia, la libertad, terminar con el miedo, angustiados por ayudar a sacar a millones de compatriotas de la pobreza. No estaban los comunistas en ese trabajo, ellos y otros extremistas de izquierda estaban por la lucha armada, por no participar en el plebiscito con el que en octubre de 1988 y con un gran NO abrimos el camino a la democracia.
En los ’90 hubo que hacerse cargo de gobernar, con leyes de amarre, con senadores designados, con Pinochet y sus movimientos de sables. La prioridad estaba clara, había que hacer lo que fuese necesario para superar la pobreza, que volviera la inversión, que se hiciera justicia por los crímenes de la dictadura. Y así se hizo, con máxima responsabilidad fiscal y habilidad política, se trabajó en los grandes acuerdos que cambiaron Chile y lo llevaron a su mejor historia en esa década y la que siguió.
Creció el empleo, de la mediocridad de América Latina pasamos a la cabeza del continente, nos convertimos en potencia minera y alimentaria, de ser un país endeudado que gastaba su presupuesto pagando intereses y deuda nos fuimos a líderes del ahorro doméstico, acreedores del mundo. Inventamos una industria financiera de clase mundial, que convirtió a Santiago sede regional de muchas multinacionales. En el camino se juzgó a decenas de torturadores y asesinos, que allí están, presos en Punta Peuco, como no lo hicieron España, Portugal, Brasil, Argentina, ni ninguna democracia que haya vuelto de una dictadura de derecha.
Bastó que la derecha luego de veinte años ganara una elección presidencial el 2009 para que todo cambiara.
Ahí empezaron a caerse algunas máscaras. Para varios compañeros de ruta ya no era importante lograr un acuerdo político que resolviera razonablemente un problema de los chilenos, lo importante pasó a ser que no lo lograra la derecha. Ni sal ni agua para los herederos de Pinochet.
Vino entonces el acuerdo para dejar entrar en el Congreso a representantes del PC y de lo que hoy es el Frente Amplio y luego el segundo gobierno de la presidenta Bachelet. Comenzó allí una época de irresponsabilidad fiscal, de contrataciones masivas en el Estado y municipalidades, de despreocupación por los problemas de la gente y de ideologización woke. Plata para cursos de equidad de género obligatorios, pero no para salas cuna para los hijos de las mujeres más pobres.
Llegó octubre del 2019 y muchos de nuestros compañeros de antaño se excitaron de la mano con el PC y jóvenes del actual gobierno con la posible abdicación del presidente que acababa de ser elegido democráticamente menos de un año antes. Los vimos apoyando actos fascistas como el que no baila no pasa, guardando silencio cuando se quemaron cientos de comercios por todo Chile. Hicieron fila en el Congreso para aplaudir a la primera línea, gente que agredía con molotov a los chilenos que estaban tratando de resguardar el orden, cuidando lo que quedaba en pie del centro de Valparaíso, de Temuco, Osorno o de la Plaza Italia.
Los vimos después abrazar con entusiasmo un proyecto constitucional que nos dividía a los chilenos, dependiendo de dónde venían nuestros abuelos o tatarabuelos. Habría leyes y justicia diferente dependiendo de su apellido o si de usted tenía testículos u ovarios.
Los que no seguimos a nuestros amigos del PS, PPD, DC o PR en este alejamiento, estos años miramos con nostalgia los tiempos en los trabajamos juntos, la época en que logramos grandes cambios y progreso conviniendo acuerdos con la derecha en el Congreso. Acuerdos que hicieron posible esos 30 años de los que renegaron con inexplicable ardor, entusiasmados con sus nuevos amigos de ruta.
Luego del escándalo de las fundaciones, del 62% de rechazo del proyecto constitucional, del bochorno de los indultos, del desastre de los retiros de las AFP, del descontrol de la inmigración haitiana y venezolana, del aumento de las tomas, de los crímenes y violencia que tienen encerrados en sus casas a la mitad de los chilenos a las 6 de la tarde, luego de triplicar la deuda externa, pensábamos que ya habían tenido suficiente. Creíamos que veríamos a nuestros antiguos camaradas recapacitando sobre el rumbo que habían tomado. La campaña de Carolina Tohá nos había dado algunas esperanzas en ese sentido.
Pero no, parece que en lo que alguna vez fue la centro izquierda la fuerza de gravedad del poder del PC se los llevó y no se ve un retorno. Atrás quedaron los pobres como una preocupación, en el olvido está la idea de que cada peso en el Estado hay que cuidarlo y gastarlo bien. Basura neoliberal de un pasado que los avergüenza.
Al otro lado, también, algo parecido ocurre. Cual polillas atraídas por la luz de discursos de derecha extrema, con promesas de soluciones fáciles a problemas complejos, votantes de derecha ahora quieren ser representados por intransigentes que teniendo la oportunidad de dar a Chile una Constitución que marcara un nuevo comienzo, incluyéndonos a todos, se dieron el gusto de mostrar que les importa un bledo los que no piensan como ellos.
Complejos tiempos se vienen si el alejamiento, el corrimiento al rojo de los extremos sigue marcando la pauta.
Es el momento de juntar fuerza entre quienes queremos un Chile que vuelva a un camino de estabilidad, de prosperidad, de seguridad, de libertad para salir de día o de noche, un país como el que tuvimos y entre todos construimos luego de la dictadura.
Una nación donde un niño que nacía en un hogar pobre podía aspirar a tener una vida mejor que la de sus padres, como pueden atestiguar hoy millones de chilenos de entre 20 y 40 años. Esto no será posible en un péndulo entre los extremos que se alejan. Necesitamos cruzar de nuevo la añeja frontera de la izquierda y la derecha y hacer un movimiento grande, que nos permita soñar con una luz azul, la que emiten objetos que se acercan para hacer algo más grande y cálido, no un vacío frío. Nadie sobra para lograr ese sueño.
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