Pirámides y Catedrales: tiempo de legados. Por Ricardo Escobar

Socio del estudio Bofill Escobar Silva Abogados
Tenemos grandes problemas que enfrentar, pero no hacemos lo más básico que es crear las condiciones que hagan posible solucionarlos. Las pirámides y las catedrales existen porque era posible soñarlas y construirlas.
En el año 2005 me reuní varias veces con el Presidente Ricardo Lagos. El me había pedido que le ayudara a constituir la fundación que luego de su mandato se haría cargo de administrar su biblioteca, la documentación de su vida como político y presidente de Chile y su “museo”, la notable colección de objetos que había guardado como resultado de sus labores. Desde premios y títulos, hasta monturas labradas, objetos de arte y piezas únicas que recordaban sus obras. La fundación sería también su oficina cuando entregara la Presidencia.
En una de esas reuniones hablamos sobre la trascendencia de las grandes obras de la humanidad. Yo le había dicho que me parecía que en las sociedades contemporáneas habíamos perdido el sentido de pertenencia, cohesión y liderazgo necesarios para acometer proyectos extraordinarios. Esas obras que serán más grandes y duraderas que quienes las conciben, quienes las sueñan. Labores que requieren grandes compromisos individuales y colectivos, porque pueden durar dos o tres generaciones antes de estar completas.
Comentábamos cómo la cultura actual sin el pegamento de valores fuertes compartidos por muchos, hacía muy difícil pensar siquiera en obras que vayan más allá de unos pocos años (no se había inventado entonces el multipartidismo que lleva a pensar a una semana, según lo que diga CADEM).
Comentamos lo increíble que resulta en el mundo actual pensar siquiera en una pirámide egipcia o en la construcción de una catedral.
Hace 4 mil años hubo quienes, llevados por sus creencias fueron capaces de pensar obras de ingeniería y construcción extraordinarias. Con un propósito que hoy podemos considerar egoísta y de una arrogancia brutal, la tumba de un faraón, se concibieron pirámides cuyo costo económico y de tiempo son inabordables, una locura. Pero allí están, construidas para la eternidad, fascinando a la humanidad a través de los siglos.
Hace mil años, otros hombres con otras creencias llevaron la tecnología, la ciencia y el arte de su tiempo al límite de lo posible. Levantaron torres y ventanales, labrando una piedra sobre otra con la pretensión de alcanzar el cielo. Se desmoronaron muchas veces. Otras tantas se quedaron sin dinero. Los que dibujaron los primeros planos murieron sin verlas construidas y fueron sus hijos y nietos los que completaron los pináculos en los que esculpieron santos, reyes y vírgenes con un detalle exquisito, inútil e inservible, porque desde el suelo son imperceptibles. Pero allí están, un milenio después dejándonos atónitos en Milán, Chartres, Burgos o Viterbo.
Para lograr acueductos y puentes que veinte siglos después siguen funcionando, los romanos construyeron pensando no en ellos, no solo en ellos. Obviamente necesitaban agua, pero no pensaron en una acequia o en un canal para ellos, lo que construyeron alimentó fuentes en Roma durante el renacimiento.
Nos preguntábamos con el presidente Lagos ¿cuáles debieran ser las pirámides y catedrales de nuestro tiempo? ¿qué se necesita para acordarlas, para hacer que comunidades, habitantes de un pueblo, de una región o de un país, se embarquen en esas obras?
Han pasado 20 años y me pregunto si durante estas décadas hemos iniciado algún acueducto o puente romano en Chile. Algo que hayamos hecho pensando no solo en una necesidad nuestra sino en generaciones por venir, algo que no sea una lavadora que al cabo de unos años se bota y se compra otra. Me cuesta encontrar un ejemplo.
Miro los 60 años que más o menos recuerdo y pienso cuáles son esas obras. ¿Y desde 1925, en un siglo?
Aventuro algunas, por la importancia que han tenido para muchas generaciones. La Escuela Normalista, que formó a miles de profesores primarios y secundarios que en un trabajo constante, gobierno tras gobierno, erradicaron el analfabetismo mayoritario que plagaba de pobreza el campo y pueblos de Chile.
El trabajo incansable del doctor Monckeberg y su lucha para terminar con la desnutrición infantil, lo cual cambió el futuro miserable que tenían destinado millones de niños que sin los planes de alimentación nunca hubieran podido desarrollarse adecuadamente. Don Francisco y la Teletón, que no necesito siquiera explicar.
En tiempos más cercanos hay obras públicas impensables si no hubiera sido por los programas de concesiones en los que Chile fue pionero. El presidente Lagos tenía eso muy claro. Carreteras, puertos, aeropuertos, hospitales y hasta cárceles, que cambiaron la vida de millones de personas. Pensadas no para la próxima elección municipal o de parlamentarios, no para anotarse una estrellita en la izquierda o en la derecha, sino para servir a todos los chilenos. Obras que se pensaban y con suerte se licitaban en un gobierno sabiendo que sería otro el que cortaría la cinta.
¿Qué nos pasó que la pregunta que nos hacíamos con el presidente Lagos sigue sin respuesta? ¿Qué tenemos que hacer para poder pensar en grande, trabajando todos juntos detrás de un objetivo que nos mueva?
Creo que hay condiciones básicas habilitadoras, sin las cuales las grandes obras los desafíos épicos y éticamente ineludibles, no pueden enfrentarse.
Desde luego hay que terminar con el multipartidismo, las voluntades públicas no son conducibles, no se logran acuerdos inteligentes y duraderos, compromisos que permitan grandes obras, si cada diputado, senador, alcalde o concejal hace lo que le viene en gana, sin disciplina ni compromiso salvo con su sueldo.
Se necesitan liderazgos grandes. Hombres y mujeres que no estén pensando en ellos solamente, personas de verdad, que con su ejemplo, inteligencia y honestidad sean capaces de entusiasmar. No líderes de cartón, dispuestos a acomodar lo que creen hoy a la encuesta de ayer, a ocultar lo que creen, a renegar de sí mismos.
Se necesitan grupos con valores compartidos que estén dispuestos a dedicar el tiempo y recursos que sean necesarios para que esas condiciones habilitantes ocurran, se hagan realidad.
Tenemos grandes problemas que enfrentar, pero no hacemos lo más básico que es crear las condiciones que hagan posible solucionarlos. Las pirámides y las catedrales existen porque era posible soñarlas y construirlas.
El tiempo de pensar legados es ahora, cuando hay que cambiar gobierno.
El presidente Boric se equivoca buscando ahora lo que no pensó antes de asumir.
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